La muerte, sorprende a cualquiera, dónde quiere, cuándo quiere y cómo quiere. Dejándonos sin una explicación lógica, solo con la esperanza de volver a encontrar a nuestros seres queridos algún día. Para los que creen en la vida eterna éste es solo un momento de tribulación que ya pasará, un dolor que sirve para purificar el alma de los que quedan en la vida. El plan de Dios en toda su extensión y profundidad.
Para los que no creen, éste será un momento doloroso que los acompañara toda la vida.
¿Qué nos une a los muertos y a ellos con nosotros? Solo el amor. El amor que se nutre de la verdad, la sustancia del ser, que trasciende nuestra peregrina existencia. El lazo que une nuestros corazones hasta que nadie nos recuerde, y nos disolvamos en el viento del tiempo.
La muerte de Joaquín nos duele a todos. Yo fui profesor de su padre, en el Patrocinio de San José, cuando éste era apenas un muchacho. Lo conozco, sé cuánto ama a su familia, sé cuán feliz es cuando va de excursión o de campamento con sus hijos, sé que que es feliz en su iglesia, sé que está bien en su trabajo, sé, que por sobre todo, ama a su mujer. Es un árbol que da cobijo a muchos, que ahora tendrá un ángel en el cielo, una luz en el desierto, que lo ayudará en los momentos difíciles a encontrar el rumbo.
La felicidad no es permanente, hay que intencionarla. La tristeza tampoco es imperecedera, se transmuta en otras emociones. Así, la vida es cambio y permanencia. La familia de Claudio recién comienza el duelo, piden de sus amigos que no los dejen solos, necesitan beber de la amistad, como de otra fuente de amor.
También pido a los muchachos que crecieron juntos con Claudio, los patrocinianos, con los cuales celebramos hace un tiempo, veinte años desde que salieron del colegio, que sé que siempre están presentes en el chat, con sus chanzas y quehaceres, que por este tiempo al menos, sean un soporte más para enfrentar este difícil momento.
Yo, por mi parte siempre he estado ahí para él y siempre lo estaré.