miércoles, febrero 22, 2006

"Hay dolores en la vida tan fuertes, yo no sé...."

Se supone que este es mi blog personal, y, que es una especie de diario de vida, aunque hay otros amigos que consideran que esta es una excelente herramienta comercial, pero bueno... Una querida amiga me ha preguntado por qué tengo este espacio deshabitado, y es porque no he tenido nada que contar, salvo...

Hace unos días atrás, falleció mi padre, agonizó un mes y finalmente, el 8 de enero dejó esta vida. Es difícil describir lo que se siente en un momento como este, salvo que algo dentro de uno se fue a otra parte del universo, uno sabe que los padres tienen que morir, uno sabe que ese día inevitablemente llegará y se prepara para eso, pero cuando el hecho ocurre la sensación es devastadora, sobre todo cuando la persona de la que se trata ha sido tan importante y tan presente en la vida de uno.

He repetido incansablemente en el párrafo anterior la palabra "uno", es decir, la escritura una vez más es una forma de hablar de sí mismo, lo lamento mas en esta ocasión se trata de hablar de otro hombre, alguien que merece que cuenten su historia, su simple y diáfana historia.

Este hombre nació en la casa de una pareja formada por un panadero y una lavandera, matrimonio que pronto se desharía, dejando al niño y a sus hermanos solos en el mundo. Así este hombre a los 11 años de edad, siendo un niño delgaducho se tuvo que hacer cargo de su madre y de los hermanos que le quedaban. La historia cuenta que trabajó repartiendo diarios, que se subía a los trenes que partían de Santiago al sur, voceando "La Hora" o "El Imparcial", dicen que saltaba entre los trenes como un conejo, asustado y feliz, con ganas de vivir y de llevar el pan diario a casa.

Con los años se convirtió en un buen estudiante, trabajaba y estudiaba, el Instituto Nacional se transformó en el lugar en donde encontró amigos que lo acompañarían hasta el día de su muerte, un amigo suyo, un abogado se encargaría de los trámites de la posesión efectiva de sus bienes. Su mundo fue el ambiente del diario como el decía, aunque estrictamente fue funcionario en varios de ellos: "El Imparcial" de Augusto Ovalle y "El Mercurio" de Agustín Edwards, allí compartió sus años de juventud con reporteros y gráficos de vida desordenada, de aquellos que bajaban por la calle San Diego hacia Mapocho apagando a balazos las luces públicas. Cuentan que se tomaba mucho vino en esa época y había mujeres para regodearse, los muchachos eran los dueños del mundo, gente respetable y vigorosa, que con el tiempo se transformarían en los trabajadores mejor pagados de la industria periodística en desmedro de sus colegas comunistas de "La Hora" por ejemplo, pero así es la suerte del pobre, le toca o no le toca.

Y llegó el día en que formó su familia, el hombre eligió como esposa a una prima de segunda generación, hija de una prima de su madre, ella era un chica muy linda, delgadita que recién frizaba por los veinte años, cuando él ya tenía unos treinta y tantos, pero el amor de entonces era así, alguien conocía a alguien le mandaba a preguntar con la hermana cuáles eran las posibilidades y las hermanas dialogaban con la elegida los pro y los contra del enlace, en este caso el hombre y la mujer llegaron al altar y se casaron.

Hasta aquí esta historia no difiere en nada de otras, mas cuando llegaron los hijos habrá un giro espectacular, de siete hijos nacidos, sobrevivieron hasta la adultez cinco, tres de los cuales fueron sordos, y de ellos uno con problemas de aprendizaje y trastornos mentales. Era como para morirse de pena, cuando un padre tiene hijos sueña con lo que serán en el futuro y traspasa a ellos sus propios anhelos, él quería que todos estudiaran, que tuvieran sus profesiones, que tuviesen una vida holgada, sin sobresaltos, ojalá alejada de la calle que en su adolescencia te tocó conocer, pero el destino es implacable con algunos hombres, en este caso la vida le puso un desafío enorme para sus espaldas flacuchentas, pero el hombre supo aguantar y llevar la carga con dignidad y honor.

Pasaron casi cincuenta años desde el momento en que fundó su familia hasta que la dejó, nunca en todos esos años renunció a su carga, nunca dejó de soñar con una nueva oportunidad, cada uno de sus hijos e hijas le dió una oportunidad para soñar, aunque también para maldecir a su suerte, para discutir con Dios, primero acaloradamente, al final como viejos amigos, hay que ser francos NUNCA dejó de maldecir al destino no por su suerte sino por lo que él creyó que era un mal para sus hijos, cuando murió estaba ya muy cansado, agotado de tanto luchar por quedarse y no partir dejando solos a sus retoños, mas parecía una madre que un padre. Era raro mi papá, porque sin perder el vigor y la virilidad era un hombre muy dulce, siempre nos regalaba cosas insólitas para la edad que teníamos, a mí me regaló un reloj cuando tenía siete años, el tema es que yo no sabía leer la hora en ese tiempo, claro es que rápidamente aprendí, lamentablemente perdí mi reloj en una batahola en la cola para comprar pan en tiempos de la Unidad Popular, cuando había escasez y mercado negro, o, me acuerdo también que hasta que yo tuve nueve años, mis hermanos y yo, usamos chaquetas grises, camisas blancas, corbatas con rayas grises y azules, calcetas azules, zapatos negros y pantalones cortos... él se reía decía que parecíamos la familia Burrito, el colmo fue cuando me compró un paraguas negro para niño y un sombrero tipo inglés, nunca entendió por qué me rebelé contra él y nunca quise ir a la escuela con el sombrero y el paraguas ingleses, ya era suficiente que mis compañeros me miraran extrañados y no me invitaran a jugar fútbol con ellos. Era un padre extraño en ese sentido, era como si viviera en otro tiempo, en un lugar que no fuera Chile, escuchaba tangos, opera y música clásica, leía al Quijote, y nos leía las revistas de Disneylandia, nos contaba la historia de la Papisa Juana, sabía y hablaba de cosas que los otros papás no hablaban y lo más importante, las conversaba conmigo porque mis hermanos no le podían entender, así ocurrió hasta que tomó la decisión de abocarse en cuerpo y alma a su educación y cuidado, después de eso lo tuve que esperar alrededor de quince años para retomar la conversación en el punto en que la habíamos dejado.

De grande, decidí que yo quería tenerlo para mí, lo busqué, lo molesté, lo ofendí, lo desafié hasta mas no poder, mas logré captar su atención y tengo que decir, con profundo sentir, que él me acompañó en los momentos más críticos de mi vida, en esas oportunidades caminaba junto a mí, no decía nada, pero me hacia saber que él estaba allí para mí, como si su sola presencia bastara para curar mis penas, siempre me hizo creer que todo lo que uno quería era posible, que los sueños se pueden alcanzar y si no en esta vida, en la otra será, pero ese era su nivel de convencimiento, así era su alma, indomable, la adversidad nunca pudo con él.

Ahora, nos quedamos solos, mas tengo la intuición que él nos cuida, a veces he soñado con él y cuando he despertado he olido a flores fragantes, una exquisita loción de lavanda, es mi padre que me acompaña desde otro lugar del universo.