miércoles, junio 17, 2015

Cuando tenìa 50, hoy tengo 57 y sigue tocando el mismo disco.

Yo pisaré las calles nuevamente, cantaban Pablo Milanés y Víctor Manuel y nosotros nos emocionábamos hasta el llanto. Hoy han pasado ya 18 años desde el momento en que recuperamos la democracia para nuestro país. Y al escuchar la misma canción con los mismos cantantes ya no siento lo mismo. Y sin embargo, siento lo mismo, pero de otra manera. Esas canciones se fueron metiendo en nuestras almas y se convirtieron en la poesía cotidiana con la que nos enamoramos y criamos a nuestros hijos. Después de 20 años, esas ideas y sueños parecen que han envejecido y nosotros con ellos, hoy tenemos una historia de amor que contar o no la tenemos, el rostros de nuestras mujeres tiene arrugas y su vientre ya no es liso, como cuando nos conocimos y nuestro rostro descansaba en en esa almohada sueve y tersa. Hoy día están los hijos e hijas, el trabajo cotidiano, las enfermedades reales o imaginarias, y la revolución que nunca llegó. Lo que construimos fue una democracia con cambios progresivos, mas una democracia para todos, incluso para nuestros enemigos, es la democracia más humanista que he conocido y al mismo tiempo la democracia del Dios más vivo que siento.

Cuando vivíamos bajo la dictadura, era difícil pensar en la familia propia y en los hijos propios, era difícil pensar en un mañana sobre todo para los que luchábamos todos los días para que se acabara la opresión. Veinte años después, viendo a los políticos de la Concertación y el abuso de poder que cometen todos los días en contra de los ciudadanos, cualquiera pensaría que el general Pinochet tenía razón cuando hecho abajo esa "vieja democracia". Estos tipos no cuidan lo que nos costó tanto reconstruir, y tienen la patudez de apropiarse de algo que es de todos y todas.

Si alguien lee la historia oficial, podría pensar que el pueblo nada hizo durante los años más oscuros de la dictadura, que todos esperábamos que los líderes políticos de la Concertación los que nos abrieran los ojos y nos condujeran hacia la libertad. Lamentablemente, fue al revés, nosotros, el Pueblo, hicimos lo que teníamos que hacer en las parroquías, las poblaciones, en las universidades y finalmente en el mundo del trabajo. Fue el esfuerzo de muchos lo que obligó a estos jerarcas a dejar de lado sus rencillas personales y a establecer las bases para una coalición que diera gobernabilidad al país.

Todos teníamos claro que no queríamos una dictadura, a estas alturas creo que la gente de la derecha tampoco la quería, pero qué era lo que todos querían: ¿una democracia? o ¿una revolución?

Unos queríamos una democracia y otros una revolución. Éramos más los que queríamos democracia y muchísimos menos los que querían una revolución. En mi caso a los veinte quería una revolución, después de que renuncié al Mapu, el Partido de los Trabajadores, rápidamente me incliné por la democracia. La revolución proletaria es para los proletarios y su partido elegido y no para el resto de la humanidad y yo soy parte de esa lesa humanidad. Lamento haber confundido a alguna amante o algún amigo que pensó que yo podría ser un verdadero revolucionario. No lo soy y nunca lo seré, soy un hombre y un ser humano y eso es lo que he querido ser en la vida, compartir el aire que respiro con todo aquel que como yo lo necesita para vivir, me gusta vivir y dejar vivir.

Me sublevo frente a la injusticia, no porque sea un revolucionario, sino porque soy una persona y veo en los otros una parte de mí, un pedazo para cuidar o para sanar, para querer o para odiar. Mas la humanidad me enseña que nadie es dueño de toda la verdad y que el amor es el mejor criterio para medir a los hombres y mujeres que pueblan nuestra vida.

Digo esto en los momentos en que la Concertación cumplirá 19 años en el poder, años en que nos han enseñado lo bueno de los sueños y lo poderoso y difícil de dominar que es el poder. La Concertación pacificó el país, nos dio estabilidad social y personal, dibujó un país normal para nosotros y mientras esto ocurría con el beneplácito de la mayoría de los ciudadanos, los dueños de los partidos políticos, sus amantes, sus secuaces y sus hijos se iban apropiando del Estado, de la organización que es de todos nosotros, el patrimonio de las familias de Chile, muchos han comenzado a creer que las dependencias del Estado son patrimonio de sus familias y su partido político.

Por eso, en estos tiempos es difícil recordar quiénes somos, por qué luchamos... porque un cáncer innombrable se apoderó de nuestras historias de lucha y de dolor, de reivindicaciones y de sueños, haciéndole creer a todo el mundo que sin ellos y ellas la democracia no existiría y nosotros seríamos unos parias en manos de una dictadura atroz. Se olvidan que ellos y ellas están para servir a los ciudadanos y las familias que somos nosotros, ellos son nuestros servidores y no los amos, hace 200 años que hicimos una revolución para separarnos de España y formar un República, una pequeña pero hermosa República, un lugar para los valientes y sus familias, un lugar para los cobardes y sus familias, un hogar para todos: europeos, asiáticos, americanos o africanos, esta es una tierra para acoger a todos, y ustedes señores y señoras no tienen el derecho a apropiarse de esta tierra prometida.

Hoy este país necesita que todos sus hijas e hijas nos sintamos orgullosos de lo que hemos construido, necesitamos sentirnos como una gran familia de nuevo, con hijos con personalidades y carácteres diversos, con padres y madres que aman a sus muchachas y muchachas por ser lo que son y no porque reciben medallas o premios, o porque son brillantes... porque por cada medalla recibida hay cien que no la reciben, por cada ser brillante hay mil que son opacos, por cada reina de belleza, hay millones de no-reinas... y ese no es la tierra que queremos. O hay amor para todos o no hay amor para ninguno.


martes, mayo 26, 2015

Oración por Rodrigo Avilés Bravo: herido por carabineros el 21 de mayo.

Oración por Rodrigo y Félix


Vicente Parrini Roses

Hace un par de años, jugando una pichanga, en ese entonces un rito ineludible de todos los miércoles a las 9 de la noche en una cancha de El Aguilucho con Holanda, mi amigo Félix Avilés sufrió una lesión que lo obligó a salir del juego y, según supimos con tristeza después, dada la gravedad del accidente, a colgar los botines para siempre. Creo que todos lamentamos su ausencia y también la de su hijo Rodrigo que se sumaba a veces a los partidos. Mientras jugamos juntos pude disfrutar de su buen humor y también de su calidad humana. En varias ocasiones, cuando por frío o lluvia no pude llegar hasta la cancha en bicicleta, Félix me ofreció encaminarme en su auto. Al final terminaba llevándome hasta el barrio Brasil para después devolverse hasta Ñuñoa. Un pique considerable, que yo trataba de reducirlo, diciéndole que me dejara en algún paradero para tomar el Transantiago, pero que él insistía en recorrer completo, para cumplir con su deseo de dejar al amigo Parrini en la puerta de su departamento. En un par de oportunidades lo acompañó Rodrigo. En el trayecto me contó que estudiaba letras y se refirió a su amor por la literatura, a sus compromisos y a sus proyectos sencillos (tan sencillos y buenos como el corazón del padre y del hijo).

Hoy me encaminé cojeando como veterano de guerra (me lesioné un menisco en otra pichanga, ahora de los viernes, porque me resisto a dejar las pistas como lo tuvo que hacer Félix) hasta la iglesia de los Capuchinos en Cumming con Catedral, a unas cuadras de mi refugio. Me encontré por casualidad con que se estaba celebrando la misa del Pentecostés. La iglesia estaba atiborrada de gente del barrio, de inmigrantes, de ancianos, de gente modesta que cantaba los himnos con entusiasmo y veneración. Sentado en una de sus sólidas bancas de madera, oré por mi madre que fue velada allí el 15 de agosto pasado y a quien extraño demasiado. También oré por Félix y por Rodrigo. Pedí por la recuperación del hijo y porque la serena firmeza del padre se mantenga durante la vigilia. Me puse en su lugar y me recorrió un escalofrío. Me dio pena, mucha pena, una tristeza pavorosa de que tengamos que volver a revivir estos dolores. Quise escribir estas palabras para que Rodrigo y Félix sepan que estoy junto a ellos y anunciarles que ya nos reuniremos de nuevo en la esquina de algún barrio a jugar a la pelota como cuando éramos niños.