Oración por Rodrigo y Félix
Vicente Parrini Roses
Hace un par de años, jugando una pichanga, en ese entonces
un rito ineludible de todos los miércoles a las 9 de la noche en una cancha de
El Aguilucho con Holanda, mi amigo Félix Avilés sufrió una lesión que lo obligó
a salir del juego y, según supimos con tristeza después, dada la gravedad del
accidente, a colgar los botines para siempre. Creo que todos lamentamos su
ausencia y también la de su hijo Rodrigo que se sumaba a veces a los partidos.
Mientras jugamos juntos pude disfrutar de su buen humor y también de su calidad
humana. En varias ocasiones, cuando por frío o lluvia no pude llegar hasta la
cancha en bicicleta, Félix me ofreció encaminarme en su auto. Al final
terminaba llevándome hasta el barrio Brasil para después devolverse hasta
Ñuñoa. Un pique considerable, que yo trataba de reducirlo, diciéndole que me
dejara en algún paradero para tomar el Transantiago, pero que él insistía en
recorrer completo, para cumplir con su deseo de dejar al amigo Parrini en la puerta
de su departamento. En un par de oportunidades lo acompañó Rodrigo. En el
trayecto me contó que estudiaba letras y se refirió a su amor por la
literatura, a sus compromisos y a sus proyectos sencillos (tan sencillos y
buenos como el corazón del padre y del hijo).
Hoy me encaminé cojeando como veterano de guerra (me lesioné
un menisco en otra pichanga, ahora de los viernes, porque me resisto a dejar
las pistas como lo tuvo que hacer Félix) hasta la iglesia de los Capuchinos en
Cumming con Catedral, a unas cuadras de mi refugio. Me encontré por casualidad
con que se estaba celebrando la misa del Pentecostés. La iglesia estaba
atiborrada de gente del barrio, de inmigrantes, de ancianos, de gente modesta
que cantaba los himnos con entusiasmo y veneración. Sentado en una de sus
sólidas bancas de madera, oré por mi madre que fue velada allí el 15 de agosto
pasado y a quien extraño demasiado. También oré por Félix y por Rodrigo. Pedí
por la recuperación del hijo y porque la serena firmeza del padre se mantenga
durante la vigilia. Me puse en su lugar y me recorrió un escalofrío. Me dio
pena, mucha pena, una tristeza pavorosa de que tengamos que volver a revivir
estos dolores. Quise escribir estas palabras para que Rodrigo y Félix sepan que
estoy junto a ellos y anunciarles que ya nos reuniremos de nuevo en la esquina
de algún barrio a jugar a la pelota como cuando éramos niños.