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Gastón Soublette en su departamento de calle Carmencita |
Hay momentos en la vida en que es
preciso esperar, no adelantar ni meter la mano; tan sólo dejar que las
corrientes de la vida vayan dando forma a las cosas. Hay otros momentos
en que no es prudente dilatar la espera sino tomar la decisión y actuar
sin más. Hay otros momentos en que nos damos cuenta de que los
acontecimientos que nos comprometen a todos, desde hace mucho tiempo
vienen gradualmente cargándose de gravedad y peligrosidad hasta volverse
amenazantes. Cuando la virtud y la sabiduría parecen haber desaparecido
del mundo, mientras una moral hipócrita y una ideología insensata
ocupan su lugar. Cuando la injusticia y la corrupción lo invaden todo y
el orden mundial amenaza ruina, mientras se elevan los más altos
rascacielos y el quehacer humano degenera en un puro negocio de consumo y
tecnología, y una minoría exitosa y despiadada acapara la mayor parte
de la riqueza del mundo. Cuando ochocientos millones de seres humanos no
tienen acceso al agua y sesenta millones de ellos perecen al año de
inanición. Cuando se desata en todas las latitudes el espiral de la
violencia delictiva y terrorista y, a causa del crecimiento industrial
se contaminan los aires y las aguas y se desarticula el ecosistema del
mundo, alterando el clima y provocando catástrofes de creciente poder
que ponen en riesgo la supervivencia de la especie humana. En esos
momentos, lo que corresponde hacer es movilizar la suficiente fe y el
suficiente coraje como para enfrentar la evidencia de que ya no podemos
seguir nuestro trajín habitual por calles interminables como si aún
quedara tiempo disponible para continuar aguantando ese rutinario día a
día. Porque hay momentos en que tú necesitas encontrarte a ti mismo
entre tantos extraños, y caer en la cuenta de quien eres realmente en
ese contexto, y sin creerte un iluminado, reconocer, sin embargo, que
una porción de espíritu te ha sido dada, y que eso, es decir, el
misterio, es lo que te hace vivir.
Eso está por
sobre tus faltas y caídas, porque si bien no puedes decir con certeza
cómo será ese mundo que deseas para ti y los tuyos, estás seguro, si, de
que no perteneces a este mundo de amos y esclavos del dinero, que no
tienes cuota alguna de poder para explotar a otros, ni deseas alterar ni
manipular la naturaleza para sacar provecho de ella en desmedro de
otros y de la vida misma. Pero esa porción de espíritu que te ha sido
dada, no tiene nada que ver con tu esfuerzo ni con tus talentos. Es un
don gratuito del cielo que es preciso cultivar y agradecer.
No
es que vaya a haber un juicio final… el juicio hace ya mucho tiempo que
empezó mientras dormíamos. Hoy nos hallamos en medio de sus más
acalorados alegatos. Pero aunque no sepamos quienes son ahí nuestros
acusadores, ni nuestros jueces, ni defensores, su finalidad se está
cumpliendo, esto es, separar a los unos de los otros. No se trata de
buenos o malos, porque ocurre que todos somos fallados, y si de escoger
se trata, sería preferible quedar entre los malos, porque a todas luces
los buenos son “ellos”, y si te arrimas mucho a su tribuna puedes
contagiarte con su bondad, perder tu identidad y volverte un peligro
para la sociedad. La verdad es que en este juicio se trata solo de
quienes aman y de quienes ganan. Así de simple.
A
ellos se les ve muy bien concertados. Son vivaces y seguros, como dice
el Viejo Chino, porque son ellos los que hacen progresar al mundo. Pero
algo les está saliendo mal en el ejercicio del poder que detentan desde
hace más de dos siglos, porque ocurre que so pretexto de mejorar la vida
están obteniendo frutos de muerte que ya no pueden disimular. Por eso
ahora alzan la voz previendo una probable Apocalipsis, para enseguida
consolarnos con la buena nueva de que el mismo sistema que nos llevó al
desastre es el que puede salvarnos del colapso, pero a condición de que
sus ganancias no sufran menoscabo.
En
cambio a los otros se los ve muy desconcertados, en nada seguros ni
vivaces, viviendo en los nichos de existencia, modos de hacer, espacios
mentales y economías que otros les han fijado. Da la impresión de que
los tienen cogidos por el cuello, porque “ellos” parecen haber ganado al
fin su guerra… Un triunfo bastante poco honroso hay que decir, porque a
pesar de todas las precauciones que tomaron, el fermento letal que
pusieron en su obra sube ahora a la superficie a la vista de todos.
Pero
¡cuidado! Este es precisamente el momento de la gran tentación, porque
si bien no se escucha, ya todos dicen para si: ¡Sálvese quien pueda!
Cuando
el carpintero de Nazareth les dice a sus discípulos: “Velad y orad para
no caer en tentación”, la noche de su aprehensión, se está refiriendo a
la tentación de echar pié atrás, al ver, sin entender, que el
maravilloso Maestro, capaz de resucitar muertos, es materialmente
vencido por sus enemigos.
Porque
en lo que a “ellos” se refiere, bien sabido es que hacen lo que quieren
con las masas humanas indefensas, hacen lo que quieren con los árboles,
la tierra, los ríos, lagos y glaciares; hacen lo que quieren con el
patrimonio. Ellos moldean la opinión pública a su antojo, envían
ejércitos a aniquilar pueblos enteros so pretexto de liberarlos. Así
puede el mundo volver a ver como se acusa, se humilla, se flagela y se
crucifica al modelo del Hombre, ese que todos llevamos dentro como una
posibilidad siempre cierta de ser algo más que eso que somos,
posibilidad que “ellos” han procurado cerrarnos desde siempre, porque
son los peores enemigos de nuestro Cristo, que se han visto en la
historia, desde aquellos césares antiguos de todos conocidos.
Es
entonces que se impone para ti dar un vuelco de conciencia y entender
que tu aparente impotencia ante su poder es también un poder, y más aún,
que por esa porción de espíritu que tienes dentro eres invencible, en
la medida que quieras darte cuenta de eso y resistas hasta el fin. Eso
es lo que se llama fe, y si por la fe eres invencible, es porque la fe
se comparte, y si alguna luz obtienes de tu porción de espíritu, es
porque ella no te pertenece, porque es del cuerpo de fraternidad que tú
integras con otros para humanizar la tierra.
Ahora
que has leído esto piensa que algo quedó atrás definitivamente, aunque
por el momento no se note; y eso que has dejado atrás es la
contaminación que sufrió tu alma por el dominio que “ellos” han ejercido
sobre nosotros hasta lograr imponernos sus criterios de verdad sobre
las cosas y los hombres. Por eso tu vuelco de conciencia consiste en
revalorar lo que ya tienes, eso que ellos simulan ignorar desde siempre
porque le temen.
Gastón Soublette
Agosto de 2007