| Gastón Soublette en su departamento de calle Carmencita | 
No
 es que vaya a haber un juicio final… el juicio hace ya mucho tiempo que
 empezó mientras dormíamos. Hoy nos hallamos en medio de sus más 
acalorados alegatos. Pero aunque no sepamos quienes son ahí nuestros 
acusadores, ni nuestros jueces, ni defensores, su finalidad se está 
cumpliendo, esto es, separar a los unos de los otros. No se trata de 
buenos o malos, porque ocurre que todos somos fallados, y si de escoger 
se trata, sería preferible quedar entre los malos, porque a todas luces 
los buenos son “ellos”, y si te arrimas mucho a su tribuna puedes 
contagiarte con su bondad, perder tu identidad y volverte un peligro 
para la sociedad. La verdad es que en este juicio se trata solo de 
quienes aman y de quienes ganan. Así de simple.
A
 ellos se les ve muy bien concertados. Son vivaces y seguros, como dice 
el Viejo Chino, porque son ellos los que hacen progresar al mundo. Pero 
algo les está saliendo mal en el ejercicio del poder que detentan desde 
hace más de dos siglos, porque ocurre que so pretexto de mejorar la vida
 están obteniendo frutos de muerte que ya no pueden disimular. Por eso 
ahora alzan la voz previendo una probable Apocalipsis, para enseguida 
consolarnos con la buena nueva de que el mismo sistema que nos llevó al 
desastre es el que puede salvarnos del colapso, pero a condición de que 
sus ganancias no sufran menoscabo.
En
 cambio a los otros se los ve muy desconcertados, en nada seguros ni 
vivaces, viviendo en los nichos de existencia, modos de hacer, espacios 
mentales y economías que otros les han fijado. Da la impresión de que 
los tienen cogidos por el cuello, porque “ellos” parecen haber ganado al
 fin su guerra… Un triunfo bastante poco honroso hay que decir, porque a
 pesar de todas las precauciones que tomaron, el fermento letal que 
pusieron en su obra sube ahora a la superficie a la vista de todos.
Pero
 ¡cuidado! Este es precisamente el momento de la gran tentación, porque 
si bien no se escucha, ya todos dicen para si: ¡Sálvese quien pueda!
Cuando
 el carpintero de Nazareth les dice a sus discípulos: “Velad y orad para
 no caer en tentación”, la noche de su aprehensión, se está refiriendo a
 la tentación de echar pié atrás, al ver, sin entender, que el 
maravilloso Maestro, capaz de resucitar muertos, es materialmente 
vencido por sus enemigos.
Porque
 en lo que a “ellos” se refiere, bien sabido es que hacen lo que quieren
 con las masas humanas indefensas, hacen lo que quieren con los árboles,
 la tierra, los ríos, lagos y glaciares; hacen lo que quieren con el 
patrimonio. Ellos moldean la opinión pública a su antojo, envían 
ejércitos a aniquilar pueblos enteros so pretexto de liberarlos. Así 
puede el mundo volver a ver como se acusa, se humilla, se flagela y se 
crucifica al modelo del Hombre, ese que todos llevamos dentro como una 
posibilidad siempre cierta de ser algo más que eso que somos, 
posibilidad que “ellos” han procurado cerrarnos desde siempre, porque 
son los peores enemigos de nuestro Cristo, que se han visto en la 
historia, desde aquellos césares antiguos de todos conocidos.
Es
 entonces que se impone para ti dar un vuelco de conciencia y entender 
que tu aparente impotencia ante su poder es también un poder, y más aún,
 que por esa porción de espíritu que tienes dentro eres invencible, en 
la medida que quieras darte cuenta de eso y resistas hasta el fin. Eso 
es lo que se llama fe, y si por la fe eres invencible, es porque la fe 
se comparte, y si alguna luz obtienes de tu porción de espíritu, es 
porque ella no te pertenece, porque es del cuerpo de fraternidad que tú 
integras con otros para humanizar la tierra. 
Ahora
 que has leído esto piensa que algo quedó atrás definitivamente, aunque 
por el momento no se note; y eso que has dejado atrás es la 
contaminación que sufrió tu alma por el dominio que “ellos” han ejercido
 sobre nosotros hasta lograr imponernos sus criterios de verdad sobre 
las cosas y los hombres. Por eso tu vuelco de conciencia consiste en 
revalorar lo que ya tienes, eso que ellos simulan ignorar desde siempre 
porque le temen.
Gastón Soublette
Agosto de 2007
 
 
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