Por Miguel de Loyola
Julio César Ibarra es un poeta que pone sus ojos en la realidad, en esa realidad del día a día y que bien podríamos denominar hiperrealidad, por su énfasis en lo cotidiano, en lo inmediato de la percepción del entorno y de sus cosas.
Sus poemas, desnudos, desprovistos de ropajes metafóricos, están cargados con la tinta del hombre que siente y se desvive por comprender y atrapar esa realidad, sin llegar a comprenderla como quisiera, sin llegar a tomar posesión de la misma, conformándose finalmente, a la fugacidad de la existencia, pero no del existente, en quien Julio César pone toda su creencia y su fe.
Sus poemas, siguiendo esa amplia carretera expresiva abierta por Nicanor Parra, pero sin cuidar las formas clásicas trabajadas por el antipoeta, hablan con ese mismo tono jovial, juvenil, que es una de las más asombrosas características de la antipoesía. Así, sus textos nos acercan hacia aquel estado singular del alma (situada en una edad cronológica que llamamos adolescencia) donde la esperanza nunca cesa, donde los sueños nos desvelan y permiten al individuo seguir soñando sin claudicar. Como ocurre en los poemas de A la sombra de la montaña, publicados por Asterión, y los que bien podríamos traducir aquí como a la sombra de esa gran esperanza que asiste por siempre a la juventud.
La poesía de Julio César, es también como la de Whitman, abigarrada de estilo, pero un canto a la vida, cualquiera sea la situación y circunstancia del individuo. Hay en sus poemas un intento inagotable de apropiación, al modo hegeliano, de todo lo real, pero también de ese mundo emocional que gravita en el hombre haciéndolo más humano, y el que las sociedades civilizadas, inútilmente, han tratado de racionalizar a fin de dominar para esclavizar. Sin embargo, a la sombra de la montaña, constatamos una vez más la inutilidad de tal tarea, y vemos erigirse al hombre de todos los tiempos envuelto en esos “tres tiempos, tres espacios./ Vivo en tres pieles, tres esqueletos, tres pellejos./ El mío, el de ayer, el de mañana….
Leer A la sombra de la montaña, quizá sea también un camino para recuperar los pasos perdidos de una generación cuyos sueños fueron tronchados a mansalva, pero que sin embargo, tuvo el valor y la fuerza para resistir y seguir luchando hasta nuestros días. “Soy una vela encendida, nacida de un milagro/ siempre luz, siempre fuego, siempre en la oscuridad,/ retando a los demonios….”
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