Patricio Hidalgo Gorostegui |
A la sombra de la montaña
Dice
Sergio Pitol que uno es “los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la
música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su
familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una
suma mermada por infinitas restas”. Todos tenemos un pasado y en algún sentido
somos ese pasado proyectado en el presente. Eso no significa que estemos
anclados en los recuerdos. Quiere decir que desde que nacimos venimos
recorriendo un camino con toda persistencia, por más azaroso que se nos
presente a la vista cuando volteamos a mirarlo.
El
camino de Julio César Ibarra es en varios sentidos digno de ser compartido.
Volví a verlo un par de años después de haberlo conocido, presentando su libro
“A la sombra de la montaña”, hace un par de semanas. Allí estaba la mirada
vivaz, la voz aplomada, el humor como una carta de presentación. Manejaba con
destreza una silla de ruedas que un par de años antes no era para él siquiera
motivo de pensamiento. Yo sabía de su accidente, no de su estado actual.
“Tetrapléjico”, es la palabra que nombra lo que le sucede. El 21 de abril del
2011 una micro frenó de improviso, Julio César cayó como todos hemos caído
alguna vez pero con una suerte perra. Se fracturó un par de vértebras y todo
cambió para siempre, una vez más.
Me acerco a pedirle que me firme su libro. Me
sorprende la serenidad con que me propone una conversación. Tiene un timbre de
tinta que le podría hacer más fácil la faena, pero se esmera en escribir de su
puño y letra: “A Patricio con cariño. J.C”. La letra es trémula, morosa, como
si hubiese sido escrita directamente con el corazón.
Dos
años antes, Julio César me recibió en su casa, no lejos de donde presentó su
libro. Yo estaba escribiendo sobre Gerardo Whellan, el cura de la película
“Machuca”. Las historias de ambos se cruzaron en 1983, cuando en la parroquia
de Lo Hermida del cura gringo un grupo de estudiantes del Campus Oriente
iniciaron una huelga de hambre en solidaridad con compañeros expulsados de la
Universidad. Julio César estuvo muy cerca de morir, después de casi 40 días de
ayuno. Conversamos toda una mañana. Ahí me enteré del Partido Mágico del
Pueblo, la idea que mejor lo representaba en esos años. Ahí me enteré también
de su presente, de los proyectos en los que mezclaba solidaridad y literatura,
educación y tecnología, trabajo con jóvenes estudiantes y al mismo tiempo con
viejos a los que la muerte se les va acercando sin avisar, en hospederías
repletas de solitarios como ellos.
En
el lanzamiento, un grupo de amigos que se cobija bajo el rótulo de “la
generación del 80 del Campus Oriente” organizan un momento amable, inclusivo,
sencillo, sin estridencias. Julio César lee, una amiga suya presenta, otra
canta, decenas aplauden. Dan ganas de quedarse allí y expandir esa cápsula al
menos algunas manzanas más.
“Todas
las mañanas del mundo / la leche hierve y se derrama caliente, / contenida por
el tazón con café”. Así son los versos del libro. Palabras que no buscan
oscurecer lo nítido, sino que esclarecerlo todavía más. Palabras que poetizan
lo que sucede por inercia, lo que muchos pasamos por alto. Palabras que nos
invitan a descubrir el misterio de que todas las mañanas del mundo sucedan
todos los días, y nos sorprendan vivos y con la posibilidad de echarnos algo
caliente a la boca.
Patricio Hidalgo Gorostegui (1994), es
abogado y escritor. Publicaciones:
Daniel Hopenhayn y Patricio Hidalgo Gorostegui: “Give me a Break.
Conversaciones con Diego Maquieira”. Editorial Universitaria, 2008; “Acto de
fe. Testimonios de la vida de Gerardo Whelan en Chile”. Publicaciones de la
Congregación de Santa Cruz; 2010; Francisco Mouat y Patricio Hidalgo
Gorostegui: “Diccionario ilustrado del fútbol” Editorial Aguilar, 2011 y Edición
corregida y aumentada del “Diccionario ilustrado del fútbol”: Lolita Editores,
2011.
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